martes, 17 de abril de 2012

José María Jiménez: Vivir en familia. Por Paco Alonso

Jiménez Ruiz, José María: Vivir en familia. Un mapa para caminar en pareja y convivir. Acento, Madrid, 2003. 238 páginas. Comentario realizado por Paco Alonso.

El autor es Catedrático emérito de Filosofía de Instituto y ha colaborado como terapeuta familiar en el “Teléfono de la Esperanza”.

Paco Alonso también es Catedrático emérito de Filosofía de Instituto. Es amigo del autor. Participa en los grupos de matrimonios de la parroquia Santa María de la Esperanza, que llevan los agustinos de Valdeluz en la Ciudad de los Periodistas, en Madrid. Junto con su mujer, también coordina y dirige los cursillos prematrimoniales que se dan en esta parroquia. De ahí surge mi amistad con él, del trabajo conjunto realizado desde hace ya varios años. (Nota del administrador)

Este libro va dirigido a quienes, viviendo en pareja, buscan pistas para entender qué les pasa y por qué les pasa y, muy especialmente, a aquellos padres y madres más jóvenes, que se sienten confusos; a quienes, queriendo profundamente a sus hijos, no saben cómo actuar o descubren que se están equivocando. También pretende ofrecer un mapa a todos los padres y madres que sienten la angustia de sus propias incertidumbres, un mapa en el que puedan encontrar algunas indicaciones de provecho para mejorar sus relaciones de pareja y para hacer frente al complejo empeño de ser padres, buenos y competentes padres.
El entusiasmo inicial de quienes se proponen compartir su existencia tiende a desinflarse cuando los primeros nubarrones oscurecen los soles de enamoramiento originario, cuando surgen los primeros problemas y nos encuentran desnudos de técnicas de resolución de conflictos, cuando no existen habilidades para negociar las diferencias, cuando la comunicación se empobrece porque no roza para nada el mundo de los afectos y los sentimientos, cuando los retos que plantea la educación de los hijos acaban por desequilibrar el sistema conyugal, cuando, en fin, no se es capaz de crecer y madurar juntos o se permite que la relación se estanque, se instale en el estío y plante sus tiendas en una mortecina mediocridad.


La familia
La familia es percibida por una inmensa mayoría como un referente de seguridad y como el espacio vital que ofrece más incondicionalmente aceptación, apoyo y solidaridad en los momentos en que las dificultades arrecian. La familia se alza como la principal valedora del bienestar de quienes la integran. Es el ámbito más seguro de protección a la intimidad. Es el espacio de la solidaridad, del amor gratuito y desinteresado, del sacrificio por los otros hasta el mismo olvido de uno mismo, el mejor foro de diálogo y de reflexión sobre los anhelos y los miedos, los proyectos comunes y los problemas que, inevitablemente, van surgiendo en su seno.
Existen nuevos modelos de familia, nuevos retos y viejos desafíos. Las relaciones deben basarse en el respeto y en el reconocimiento incondicional de su radical igualdad, la convivencia en la que la corresponsabilidad sustituya a la dependencia, la igualdad a la sumisión y el diálogo a cualquier forma de imposición. 
Varón y mujer son igualmente responsables de hacer de la sexualidad un encuentro gratificante y lo más plenamente humano.      
La dignidad de la mujer implica que esta sea tratada como compañera y nunca como objeto sexual; exige que el intercambio amoroso esté cimentado sobre criterios de igualdad, respeto exquisito y consideración.         
Ni la maternidad ni la responsabilidad del hogar pueden vivirse en soledad. Cuando se ha compartido el gozo de traer un hijo al mundo, debe igualmente compartirse la responsabilidad de su desarrollo.
Los hijos son fruto de la decisión libre y consciente de sus padres. A veces al niño se le asigna el lugar de preeminencia en torno al cual gira toda la vida familiar. Sobreprotección y propósito de que el niño disfrute de todo aquello de lo que carecieron sus padres. La sobreprotección empuja a muchos padres a mantener con los menores actitudes y comportamientos de una blandura extrema, a pretender evitarles el más mínimo trabajo, a no tolerar que sufran las carencias, a renunciar a cualquier tipo de exigencia                    
La búsqueda de la felicidad y el amor es actualmente la razón primera del matrimonio. El amor es la piedra angular sobre la que se sustenta el edificio del matrimonio.

La comunicación
Escuchar implica el proceso voluntario de conectar con el mundo de quien nos habla para tratar de comprenderlo. Supone la decisión de no evaluar, de no juzgar, de no criticar… la intención de liberarse de los ruidos que en forma de prejuicios o de ideas irracionales se hacen presentes y distorsionan los mensajes que nos llegan de nuestro interlocutor. La viabilidad de una pareja y de una familia depende básicamente de las pautas de comunicación que se establezcan entre sus miembros. A veces se interpreta el diálogo como una forma de imponer los propios criterios, de descalificar sistemáticamente los ajenos y de emitir juicios sumarísimos respecto a las opiniones que no coinciden con las que cada uno defiende. Dialogar con el marido, la mujer o los hijos no equivale a vencerlos, o, en caso contrario, a salir derrotado. Un buen diálogo no debe generar la conciencia de victoria o derrota. La función del diálogo es contribuir a resolver los lógicos problemas que la convivencia acarrea y propiciar el hallazgo de salidas que pueden ser aceptadas por la mayoría. Una comunicación sincera en el contexto familiar estimula la búsqueda de principios de acuerdo y aleja de las relaciones el despecho y la hostilidad que se acaban generando cuando uno se siente ignorado, minusvalorado o derrotado.
La comunicación “mutual” se caracteriza por ser duradera y al mimo tiempo flexible e implica el compromiso de su modelación a medida que lo demandan las circunstancias. Las familias que se comunican según parámetros de mutualidad se aceptan y hasta alientan los intereses divergentes que pueden existir entre ellos y no prohíben que estos se expresen abiertamente. Las diferencias son aceptadas, respetadas y hasta alentadas.
La comunicación “pseudomutual” es una relación falsamente complementaria, en la que las personas implicadas se someten al mito de la unidad, renunciando a expresar desacuerdos y hasta desdibujando, para evitar posibles conflictos, los perfiles del propio yo. No se admiten las diferencias, ni se toleran las discrepancias. Cualquier desacuerdo en un determinado contenido, político, religioso o de cualquier otra índole, es contemplado como una amenaza para la relación.
Cuando en una relación surge el desacuerdo, no queda otra alternativa que la negociación. Negociar es tener la capacidad de aproximación a los puntos de vista del otro y de abandono de algunos de los propios que, inicialmente, parecían irrenunciables. 
Para que la comunicación de la pareja constituya una experiencia viva y rica que refuerce la relación y garantice su futuro hay que expresar los sentimientos, los afectos, las emociones. El amor debe ser expresado. El diálogo de la pareja requiere no solo opiniones y reflexiones, sino sobre todo expresión de sentimientos, experiencias personales y vivencias íntimas que, al ser ofrecidas gratuitamente a las personas queridas, nos ayudan a mantener viva una relación, a enriquecerla y a hacerla más próxima y más cordial.

Los límites en las relaciones familiares
José María Jiménez Ruiz
Todo sistema familiar cuenta con unas fronteras hacia el exterior y con otras hacia el interior. Las primeras le permiten garantizar su identidad como tal e incentivan el sentido de pertenencia y la cohesión de todos sus componentes. Regulan el modelo de relación que se juzga pertinente mantener con los elementos extrafamiliares y definen el modo y el grado en que se va a permitir que las exigencias o los influjos del mundo exterior interfieran en su vida. La primera negociación consiste en decidir cómo esos contextos externos que cada uno aporta, van a seguir estando presentes en la vida de la nueva pareja, qué amistades van a quedar incorporadas como comunes, cuáles van a ser excluidas, cómo se van a armonizar los distintos compromisos de cada uno, cómo van a ser integradas las propias familias de origen, qué cupo de elementos ajenos van a ser tolerados. Las fronteras internas establecen una justa separación entre los individuos y los subgrupos que constituyen la unidad familiar. 
La vida de cualquier persona, nuestra vida, necesita espacios propios, parcelas privadas en las que moverse y en las que crecer. Una familia sana no violenta jamás el sagrado mundo íntimo de los individuos. Nuestros hijos no son un apéndice de nuestro yo, una prolongación de nuestra subjetividad. Tampoco una segunda oportunidad que nos brinda la vida para corregir errores y liberarnos en ellos de nuestros fracasos y de nuestras frustraciones. Los hijos no son nuestros. Cuando queremos a los hijos de forma no posesiva, les expresamos confianza en sus capacidades y en sus posibilidades de ser y de hacer, les estamos transmitiendo el mensaje tranquilizador de que nada deben hacer para merecer nuestro amor. Basta con que sean ellos. 
Cuando llegan los hijos es justamente el momento en que los esposos deben reforzar sus lazos, buscar ocasiones para estar juntos a solas, multiplicar los momentos en que se aporten sostén emocional y apoyo psicológico, complementarse y ofrecerse refugio frente a las situaciones estresantes externas, fomentando el mutuo conocimiento, la creatividad y el crecimiento personal. La relación de la pareja es anterior a la paternidad.

El oficio de ser padres
Hay que asumir sin restricción alguna y sin complejos el ejercicio de la parentalidad. No hay que dar la espalda a las responsabilidades que se contraen al traer un hijo a este mundo. Los hijos no son cuestión de buena o mala suerte. Algo tiene que ver en su mayor o menor equilibrio psicológico y en su mayor o menor fuerza moral el tiempo que les dedicamos y la atención que les prestamos. Los padres deben ejercer la función normativa que les exige establecer pautas de convivencia, les obliga a decir “no” y a poner unos límites que no pueden autoimponerse los hijos. Estos necesitan normas y referencias con las que entrar en relación dialéctica para, aceptándolas en unos casos o discutiéndolas en otros, ir configurando los propios modelos de conducta y hasta de identidad personal. 
Cuando ayudamos a nuestros hijos a verse en positivo estamos contribuyendo a que estos alcancen el éxito en su vida personal. Hay que reconocer la individualidad de cada uno de nuestros hijos, aceptar a cada uno como creación única, que guarda dentro de su alma todo el potencial que le puede permitir realizarse como autónomo y libre. Hay que quererlos por lo que son, nunca por lo que hacen. La valoración no puede venir condicionada por el éxito o fracaso de las actividades que podamos emprender. Los padres debemos actuar como modelos. Debemos transmitir a nuestros hijos valores. No les hurtemos un horizonte de transcendencia, no excluyamos de sus vidas la posibilidad de enfrentarse a preguntas radicales sobre el sentido y el fundamento de todo cuanto existe. La formación moral sólo será eficaz si hunde sus raíces en la fuerza del propio ejemplo. 

Mejorar la vida en pareja y la convivencia familiar
Para que una pareja mantenga viva su relación afectiva y para que una familia conserve su funcionalidad es imprescindible la disponibilidad para no escabullirse del esfuerzo, ni esconderse cuando ello pueda ser preciso ante algún tipo de sacrificio. 
La comida como pretexto para el encuentro y el diálogo personal es muy importante en la convivencia personal, así como compartir la fiesta y el tiempo libre, preparar las vacaciones. Celebrar acontecimientos es un modo de decir “te quiero”, es valorar y sentirse valorado y esto ayuda a crecer. 
Compartir esperanzas y alimentar ilusiones comunes es un aspecto fundamental de cualquier modelo familiar que quiera ser satisfactorio. Sólo las familias que mantienen despiertas sus ilusiones, que saben mirar al futuro, que logran mantener la alegría de vivir, que son capaces de fijar sus miradas en un horizonte esperanzador, encuentran los recursos con que hacer frente a las dificultades que les aguardan en cada recodo del camino. Y siempre estar dispuestos a perdonar, excusar los fallos. 
El amor es una experiencia plenificante que puede llenar de sentido toda una vida. Pero hay que tener los sentidos y el corazón abierto para acogerlo; disposición y sensibilidad para mimarlo, para cuidarlo, para recrearse en él y para acrecentarlo. El amor es auténtico cuando integra la atracción física con la voluntad de querer y el aprecio de valores espirituales que el tiempo no puede destruir. El amor verdadero supone voluntad de conocerse en profundidad, propósito de madurar juntos, decisión de cultivar en equipo la sensibilidad, la ternura, la comunicación del corazón. Amar es comprometerse, es ofrecer gustosamente la propia fidelidad, es saber cimentar la vida en común sobre ese conjunto de pequeñas lealtades que adquieren su justa relevancia cuando descubrimos que las renuncias que puede implicar un amor comprometido y fiel son cien veces compensadas por la riqueza de una relación que llena de sosiego el alma e inunda de gozo el corazón.

Pautas que pueden ayudar a mantener el amor y alejar los riesgos de ruptura
Comprender que la responsabilidad de manejar una relación es de los dos.  Fomentar una buena comunicación. Conservar siempre el mutuo respeto. Capacidad para asumir y digerir los fallos del pasado. Mantener actitudes empáticas (ponerse en el lugar del otro).  Aceptación incondicional (admitir y tolerar las diferencias y comprender los fallos). Incentivar la complicidad. Fomentar un alto grado de intimidad. Ayudarse a crecer y madurar como personas. Ser generosos en expresiones de afecto.

Espero que este breve resumen nos sirva para profundizar en nuestra relación y nos ayude a seguir adelante con este proyecto de vida en común que tenemos para ser felices y que seamos capaces de ver que en nuestra vida, el Señor, desde hace mucho tiempo, vio que era muy bueno que fuéramos pareja. “Nos soñó juntos”.


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