domingo, 27 de diciembre de 2015

Daniele Biella: Nawal. Por Javier Sánchez Villegas

Biella, Daniele: Nawal. El ángel de los prófugos. Paulinas, Madrid, 2015. 151 páginas. Prólogo del cardenal Francesco Montenegro. Traducción de Adoración Pérez Sánchez. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.

Recién acaba de salir y ya me lo he leído. Es impresionante. Espectacular. Magnífico. Se te pone la carne de gallina cuando entras en la vida - testimonio de Nawal. ¿Sabes por qué? Pues porque Nawal es una chica normal y corriente (como tú y como yo) que estudia y trabaja pero que, ante el drama de la inmigración, ha tomado una actitud solidaria y se ha lanzado a defender y a ayudar a personas que son tratadas de forma inhumana antes de dejar su país, durante la travesía por mar y, algunas veces, también después de su llegada. Y ha decidido hacerlo con sus propias capacidades, siempre limitadas, como una ciudadana que ha elegido estar de parte del ser humano. Le ha bastado dar el número del móvil a alguien para iniciar una historia fecunda de rescate, de salvación. ¿Se puede hacer más con menos?

La fuerza del libro es tan grande que el autor pasa desapercibido. Daniele Biella (se dice en la contracubierta del libro) nació en 1978, es periodista, escribe sobre temáticas sociales para la revista Vita y otras publicaciones, se ocupa además de educar y formar para resolver los conflictos de manera no violenta. Nawal es su primer libro.

A los miles de personas que no sobrevivieron
a los viajes de la esperanza en el mar Mediterráneo
y a quienes han perdido la vida en la guerra,
en Siria o en otras partes.

A sus hijos, padres, mujeres, maridos,
parientes y amigos que,
a pesar de todo, mantienen viva la confianza
en una humanidad mejor.

El libro está dedicado a ellas, a las personas que lo intentaron y no lo consiguieron. A las víctimas de la guerra, a los millones de refugiados que no encuentran "una posada donde pasar la noche", ni siquiera un establo, como la familia de Nazaret hace 2000 años.

«Cuando me doy cuenta de que alguno no lo conseguirá, cuando veo los restos mortales cubiertos por una tela negra después de haber sido recuperados, o escucho a las familias que me dicen que han perdido en el mar a sus seres queridos, siento rabia y dolor. Son emociones tan fuertes que no consigo controlarlas. A menudo me ocurre que golpeo con la mano en cualquier parte, sobre una pared o una puerta, pero el dolor físico, en esos momentos, es inexistente, porque es el corazón el que duele. Podrían haber sido mi padre, mi madre, mis hermanos...».

Esta frase de Nawal es como la clave de entrada y de salida a la experiencia de esta joven mujer de origen marroquí, que vive en Catania desde hace más de veinte años. Nawal es una mujer normalísima que llegó a Italia con su familia cuando era todavía muy pequeña.
Se ha integrado bien en Sicilia, pero desde hace algunos años ha decidido comprometerse en una obra extraordinaria de ayuda a los prófugos, que tienen su número de teléfono y que le lanza SOS, cuando por diversos motivos se encuentran en dificultad. Nawal pide que le den las coordenadas y las comunica a la Guardia Costera, que hace todo lo demás.

En el tiempo de la indiferencia, la historia de Nawal impresiona, lo mismo que impresiona la "normalidad" con la que lleva a cabo su acción de voluntariado. «Podrían haber sido mi padre, mi madre, mis hermanos». La razón que da a su trabajo puede encontrarse en la identidad de las personas a las que ayuda. No son sus compratiotas -ella es marroquí y los prófugos son en su mayoría sirios- ni de su trabajo espera una remuneración. Quien, en medio de la noche, lanza un SOS porque el motor se le ha averidado o porque el contrabandista ha escapado, es para ella parte de su historia y de su misma vida. Por eso es "normal" ayudarle sin esperar nada a cambio.

Nawal junto a Daniele Biella, el autor del libro
El fenómeno de la inmigración es un drama cada vez mayor. No se consigue ni siquiera contabilizar el número de muertos en el mar, se habla de varios millares pero nadie consigue decir exactamente cuántos son. Tampoco se consigue prever lo que sucederá en los próximos años. Es un fenómeno que despierta miedo y desasosiego, pero la llegada de inmigrantes y de prófugos ya no es noticia. Hay algo de impacto cuando llega la noticia de las muertes en el mar. Y mientras los políticos discuten y diseñan estrategias, la pobre gente, los que podrían ser sus familiares, siguen muriendo, son tratados de forma inhumana.

Nawal ha decidido entrar en esta historia. Y lo ha hecho desde sus posibilidades, que son muy limitadas. Sabe que no es ni un político ni la responsable de una ONG. Simplemente ha dado su número de móvil y así ha iniciado una historia ya larga de rescate y de salvación.

El presente libro no narra una historia novelada sino una historia verdadera: un acontecimiento de solidaridad que nace de una profunda compasión porque, en general, solo quien ha sufrido comprende a quien sufre y lo ayuda, así como quien es pobre tiene compasión de toda forma de pobreza. Probablemente Nawal no ha olvidado nunca la historia de su viaje desde Marruecos con sus padres: ha vivido en primera persona la salida de la propia tierra hacia un futuro mejor y, una vez llegada a la edad adulta, ha pensado que era justo hacer partícipe de aquella esperanza, que llegó a buen fin, a quien "hoy" está atravesando una situación trágica.

El cardenal Francesco Montenegro, que prologa este libro, continúa diciendo que más que de la inmigración deberíamos hablar de inmigrantes. Personas verdaderas, de carne y hueso, que tienen únicamente la culpa de querer abandonar países donde se muere por la guerra o por el hambre o por la violencia, y buscan en otra parte las condiciones para vivir dignamente. ¿Y si nosotros estuviéramos en su lugar?

Al final se recoge el testimonio de un alto funcionario del gobierno que, viendo el trabajo de Nawal y de sus amigos, decía lo siguiente: «Los emigrantes llegan allí con la sal del mar todavía encima y las ropas en mal estado, y encuentran a quien, sin pedirles nada a cambio, consigue darles una sonrisa y mucha dignidad. Nawal ha conseguido hacer todo eso y sigue, todavía hoy, en esta obra de voluntariado. Es bonito que en torno a ella haya nacido una cadena de personas amigas, movidas por los mismos objetivos, que le echan una mano solidaria para encontrar algo de ropa, o para preparar comida caliente, y también para ir a su encuentro en la estación de Catania, antes de que lleguen los acostumbrados estafadores, listos para especular incluso sobre un billete de tren. Esta es la demostración de que todos podemos hacer algo; todos podemos poner a disposición lo que somos y lo que tenemos para que otros vuelvan a sonreír y a esperar... Todos podemos ser como Nawal».

En fin, entre el cardenal Montenegro y el alto funcionario del gobierno italiano todo está dicho. De verdad, nada que añadir. Quizá que nos tomemos en serio el asunto.

Nawal tiene la costumbre de escuchar una canción con los prófugos en el momento de cada partida, transmitiéndola con un altavoz conectado al propio teléfono. La canción está compuesta por el músico sirio Iyad Rimawi, y dedicada al propio país en guerra. Es la siguiente:


Hazme marchar hacia cualquier tierra

Hazme partir hacia cualquier tierra
Déjame ir y olvídate de mí
Tírame al mar y no pidas nada
No tengo camino
No me voy para pasar el tiempo
Mi casa tiembla bajo las bombas
Y la ceniza de la guerra me ha cegado
Llámala fuga o asilo humanitario
Déjame intentarlo
Después de todo soy un ser humano

Hazme partir hacia cualquier tierra
Déjame ir y olvídate de mí
Tal vez vuelva un día
Al menos en sueños.


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