viernes, 5 de mayo de 2017

Eugenio Nasarre Goicoechea y Francisco Aldecoa Luzárraga (coords.): Treinta años de España en la Unión Europea. Por Alfredo Crespo Alcázar

Nasarre Goicoechea, Eugenio y Aldecoa Luzárraga, Francisco (coords.): Treinta años de España en la Unión Europea. El camino de un proyecto histórico. Marcial Pons, Madrid, 2015, 349 páginas. Comentario realizado por Alfredo Crespo Alcázar (Licenciado en Ciencias Políticas y en Ciencias de la Información; Vicepresidente Segundo de la Asociación de Diplomados Españoles en Seguridad y Defensa -ADESyD-).

Tenemos ante nosotros una obra coral que trasciende la mera celebración de una onomástica, por importante que resulte la misma. En efecto, el aniversario de los 30 años de España como miembro de la CEE-UE exige un balance y un análisis en el que predomine la crítica y la reflexión constructivas. Una pléyade de autores exponen qué implicó Europa (para España) y qué retos debe encarar el proyecto comunitario en el corto plazo. En consecuencia, presente y pasado forman un todo homogéneo y coherente, si bien los coordinadores han sabido agrupar el contenido en función de bloques temáticos, pudiendo así el lector encontrar desde capítulos donde predomina el componente histórico con aquellos otros en los que el jurídico o el económico canalizan la exposición.

El europeísmo español no fue un fenómeno retórico, aislado o interesado sino que siempre ha disfrutado de un espacio sobresaliente en nuestra tradición política y social, de tal manera que puede describirse como una característica transversal de la reciente historia española. En efecto, en el Congreso de La Haya (1948) tomaron parte españoles con sensibilidades políticas bien distintas pero defensoras en última instancia del binomio democracia-libertad como Indalecio Prieto, Salvador de Madariaga o José Antonio Aguirre. Posteriormente, con la creación y puesta en marcha del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo (CFEME), como explica Fernando Álvarez de Miranda:
«Esta posición en el plano de la construcción europea fue presentar a Franco como el único obstáculo para la integración de España en la OECE, la NATO, el Consejo de Europa y en las organizaciones internacionales de significado europeo y occidental. En consonancia con esa percepción, el CFEME pugnó por desarrollar en el exilio una política alternativa que cifraba en la unidad europea el camino para poner fin a la dictadura, reimplantar la democracia en España y procurar su desarrollo económico y social» (p. 59).

Sin embargo, cabe señalar que el ideal europeo no surgió entre la elite política o intelectual española tras la segunda posguerra mundial, sino que hundía sus raíces mucho antes. En efecto, además de Salvador de Madariaga, otros pensadores de tronío lo habían defendido y difundido, entre ellos Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset. Este último, como bien nos recuerda Leopoldo Calvo-Sotelo, en La rebelión de las masas afirmó lo siguiente de una manera visionaria:
«Es sumamente improbable que una sociedad, una colectividad tan madura como la que ya forman los pueblos europeos, no ande cerca de crearse su artefacto estatal mediante el cual formalice el ejercicio del poder público europeo ya existente» (p. 85).

Con todo ello, hay determinadas tesis que permean la obra. Los autores parten de una defensa a ultranza de la Europa Unida, de la que se deriva una visión agradecida pero también crítica en cuanto que marcan retos (incluso obligaciones) a los que el proyecto europeo debe responder de forma inmediata, efectiva y eficaz. En consecuencia, historia y actualidad se dan la mano en el libro, ejemplo de ello es que las reiteradas alusiones a los padres fundadores van acompañadas de referencias frecuentes a las crisis actuales por las que transita la UE: rescates económicos, situación de la inmigración, irrupción de nacionalismos tan xenófobos como excluyentes, sin olvidar la aparición en España de grupos neocomunistas, concepto empleado por Eugenio Nasarre añadiendo que han adoptado “un ropaje euroescéptico”, algo que en ningún caso debe oscurecer el compromiso de España con el proyecto europeo. Esta afirmación resulta compatible con la realizada por Joaquín Almunia para quien
«las fuerzas políticas no tuvieron que hacer grandes esfuerzos para convencer a sus seguidores nada más comenzar la transición democrática de la necesidad de unirse cuanto antes al proceso iniciado en la postguerra europea [...] La opinión pública española sigue siendo claramente favorable a la idea de una Europa unida, lo que no le impide mantener posiciones muy críticas ante algunos de los errores y carencias que se han manifestado últimamente en el funcionamiento de las instituciones de la Unión» (p. 101).

A pesar del optimismo que recorre toda la obra y que se traduce principalmente en la visión de la Europa unida como fuente de prosperidad, de estabilidad y de legitimidad democrática para España, conviene no perder de vista aquellos capítulos que aluden a los complejos años de las negociaciones para la adhesión. En este sentido, resulta un acierto que de la redacción de los mismos se encarguen personalidades que los vivieron en primera persona como Marcelino Oreja o Raimundo Bassols. Este último recuerda el obstruccionismo francés que proyectaba una visión negativa de nuestro país, al que ponía numerosas trabas para aceptarlo como parte integrante del club de las naciones democráticas: «los parones que impuso Giscard d’Estaing y François Mitterrand han quedado silenciados y probablemente olvidados por quienes no participaron en la negociación» (p. 43).

Como puede observarse, por la obra desfilan políticos que han desempeñado un rol clave en las instituciones europeas. Con sus testimonios nos acercan el rol jugado por la Comisión Europea o el Parlamento Europeo y la aportación que en su discurrir ha efectuado España. Aquella siempre ha partido de una máxima innegociable, una suerte de tributo a Ortega y Gasset, susceptible de traducirse en que “Europa es la solución”. Otra afirmación de Ortega en la que se anticipa a la marcha y funcionamiento del proyecto europeo la encontramos cuando señala que “Europa es camino y no posada”. De ahí la importancia actual de definir la fisonomía política de la UE y, sobre todo, de desarrollar determinados aspectos que hasta la fecha han ocupado un lugar marginal, como por ejemplo las cuestiones de defensa. Al respecto, Rubén García Servert subraya que
«sin una defensa europea no puede haber Europa, como sin defensa suficiente no hay Estado”, lamentando que “no hay defensa europea porque falta la voluntad política de que la haya, o lo que es peor, porque hemos perdido la capacidad de imaginarla» (pp. 244-245).

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