miércoles, 10 de junio de 2015

Antony Flew: Dios existe. Por Olga Belmonte

Flew, Antony: Dios existe. Trotta, Madrid, 2012. 167 páginas. Traducción de Francisco José Contreras Peláez. Comentario realizado por Olga Belmonte.

Dios existe presenta en clave autobiográfica la evolución de A. Flew (1923-2010) en el debate sobre la existencia de Dios. Se trata de un debate muy presente en la filosofía contemporánea, pero no en España, donde las editoriales de gran tirada traducen las obras de los autores ateos, pero solo pequeñas editoriales especializadas traducen a los autores teístas (transmitiendo la idea errónea de que el debate está extinguido). Entendemos que esta publicación rompe con esta tendencia e introduce al lector español en la discusión ofreciendo a lo largo del texto una interesante y completa bibliografía sobre el tema.

Flew ha sido uno de los máximos exponentes del ateísmo filosófico. Después de más de medio siglo en defensa del ateísmo, en 2004 anunció su "conversión" al teísmo. En la obra aclara que esta no se debe a su avanzada edad, ni a una experiencia religiosa, sino que responde a argumentos puramente racionales. Afirma, por tanto, que no se trata de una peregrinación espiritual, sino racional, hacia la afirmación de la existencia de Dios.

En los primeros tres capítulos ofrece una síntesis de los argumentos de su período ateo. Los siete últimos capítulos recogen el modo en que descubrió la existencia de lo divino. El libro concluye con dos apéndices que complementan las argumentaciones de Flew. El primero, escrito por Roy A. Varghese, se presenta como un análisis de lo que se conoce como el "nuevo ateísmo", aunque podemos decir que en realidad expone las cuestiones que el ateísmo no aborda, con el fin de mostrar sus limitaciones frente al teísmo. El segundo apéndice es un diálogo de Flew con el obispo N. T. Wright, en torno a la cuestión de la revelación de Dios en el cristianismo.
          
Si atendemos al método intelectual de Flew, podemos decir que en todas sus obras (y por tanto en esta), muestra un gran respeto por sus adversarios, pues siempre inicia sus análisis ofreciendo la versión más completa y fuerte de las posturas que intentará criticar. Esto es lo que hace posible que en el diálogo pueda haber una búsqueda común de la verdad, y no una imposición de las posiciones de partida. El diálogo de Flew no solo se limita a otros filósofos o teólogos, sino que también se extiende a otras disciplinas de corte científico.

Una vez presentadas las posiciones opuestas, Flew se propone siempre seguir las evidencias racionales hasta donde le lleven, aunque esto le suponga cambiar su posición de partida. Este método de reflexión abierto al cambio, hizo posible su transformación: siguió las evidencias hasta que comprendió que  los argumentos del teísmo eran racionalmente más plausibles que los del ateísmo.

Aunque Flew fue educado en el cristianismo, siempre fue crítico con la religión. Sobre todo consideraba incompatible la existencia de Dios con la imperfección del mundo y el problema del mal. Se doctoró en Filosofía en la Universidad de Oxford, bajo la supervisión de Gilvert Ryle (representante de la filosofía del "lenguaje ordinario"). En la Universidad formó parte del Socratic Club, dirigido por C.S. Lewis, en el que debatían ateos y cristianos. Podemos estructurar el ateísmo de Flew en tres partes:

1. Para demostrar la existencia de Dios, primero hay que aclarar qué sentido tienen las afirmaciones religiosas y los conceptos que utilizamos en ellas: ¿qué entendemos por "Dios"? ¿Cuáles son sus atributos? ¿En qué sentido decimos que "existe" o que Dios "ama"? ¿Qué tendría que ocurrir en la experiencia para que la expresión "Dios me ama" fuera falsa? Esto es lo que aborda por un lado en su ensayo "Teología y falsificación" (1950) y en su libro Dios y la Filosofía (1966).

2. Sostiene que la "carga de la prueba" (de la existencia de Dios) la tienen los teístas: de entrada los hechos corroboran el ateísmo, por lo que lo que hay que demostrar es que Dios existe, no que no existe. Esta idea aparece desarrollada en La presunción de ateísmo (publicada en 1976).

3. Finalmente, el teísta tiene la tarea de encontrar en la experiencia datos que requieran de la existencia de Dios para poder ser explicados y comprendidos. Esto es lo que Flew tratará de abordar, y le llevará finalmente a la afirmación, en esta obra, de la existencia de Dios.

El positivismo lógico, heredero del Círculo de Viena, sostiene que solo tienen sentido las afirmaciones que pueden ser verificadas ea través de la experiencia sensible. Estos autores consideran que la Lógica y las Matemáticas son tautologías (verdades que no dependen de la experiencia), pero que la Metafísica, la Religión, la Ética o la Estética utilizan un lenguaje carente de sentido (y verdad), porque sus expresiones no pueden ser verificadas en la experiencia.

La aproximación de Flew a la Filosofía de la Religión es muy diferente (y crítica con el positivismo), pues entiende que el mejor modo de combatir el teísmo no es decir que sus afirmaciones carecen de sentido, sino ofrecer contra-argumentos racionales, capaces de cuestionar sus tesis. De esta forma no solo no condenó el debate al silencio, sino que lo reavivó y dotó de un mayor rigor filosófico: retó a los creyentes a que afinaran mejor en sus afirmaciones sobre Dios.

En la introducción se sugiere que quizá Flew no era tan ateo inicialmente, y por eso fue posible su conversión, pero esta forma de presentar su experiencia desvirtúa las posibilidades del diálogo filosófico, que transforma a los interlocutores (no solo desenmascara posiciones ocultas). Se afirma que Flew era un ateo diferente al resto, porque confiaba en la capacidad de la razón para explorar cuestiones teológicas. Pero entendemos que su confianza en la razón no le convierte en menos ateo, sino en más filósofo.


Antony Flew y su obra original inglesa
Las críticas que recibió Flew por parte de autores teístas como R. M. Hare, B. Mitchell, Heimbeck, D. Copleston o A. Plantinga, le ayudaron a profundizar en la cuestión. Pero reconoce que fueron los argumentos de R. Swinburne los que le hicieron convertirse al teísmo. Entendió entonces que los nuevos avances de la ciencia mostraban tal perfección y complejidad en la Naturaleza, que ésta sólo podía comprenderse postulando la existencia de una Inteligencia Superior o Mente divina que fuese su origen (tal perfección no podía ser fruto de la casualidad o el azar).

Pero ¿qué ocurre entonces con el problema del mal? Flew dirá (con Heimbeck) que la existencia de Dios no es incompatible con la existencia del mal, aunque sí es contraria a ella, de ahí que haya surgido la Teodicea como reflexión en torno a esta cuestión. Flew no ofrece argumentos nuevos, sino que asume los de otros autores. Aunque no es original en su aportación, sí es un ejemplo su actitud, pues se trata de un ejercicio de reflexión filosófica entendida como auténtico encuentro y diálogo con otros.

A partir de este momento, lanza por un lado una pregunta a los ateos: ¿qué tendría que ocurrir para que considerasen la posibilidad de que Dios existe? Y por otro lado asume la tarea de analizar en qué medida el Dios de los filósofos (explicación última de la Naturaleza) se puede haber revelado en la historia. En este caso, afirma que el cristianismo parece ser la religión que ofrece más razones para creer en la revelación de Dios, en la persona de Jesucristo.

Consideramos que esta afirmación cae en cierto dogmatismo, pues identificar la racionalidad (o razonabilidad) del cristianismo con la única Verdad lleva a posiciones incompatibles con el diálogo religioso e incluso a rechazar como falsa cualquier otra religión. Esto nos parece injusto e imprudente. Entendemos que Dios está más allá de nuestra forma de comprenderlo y conceptualizarlo: Dios está en nuestras palabras, pero no solo en ellas.

Podemos preguntarnos si la conversión de Flew no se basa, en el fondo, en la confianza en la razón, es decir, en un acto de fe. Su opción por el ateísmo o por el teísmo no se debe a un cambio en el contenido de los argumentos, sino al hecho de que los que en un principio no le convencían (teístas), ahora sí le convencen. Ahora bien, la intervención de la fe o la confianza en el cambio de postura no desvirtúa la afirmación, sino que hace patente la insuficiencia de la razón y la importancia de la fe en la afirmación de la existencia de Dios. Planteamos para terminar una pregunta de inspiración kantiana: ¿Qué sentido tendría la fe si demostrásemos racionalmente la existencia de Dios? Lo que da sentido a nuestra esperanza o a la fe es precisamente no saber si Dios existe o no y aun así, creer y querer que así sea.



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