miércoles, 26 de abril de 2017

Teófanes el Recluso: Qué es la vida espiritual. Por Jorge Raúl Lasso Barrionuevo

Teófanes el Recluso: Qué es la vida espiritual y cómo perseverar en ella.  Sígueme, Salamanca, 2016. 320 páginas. Traducción de M. J. Sedano y J. M.ª Vegas. Comentario realizado por Jorge Raúl Lasso Barrionuevo (Máster Ignatiana Universidad Pontificia Comillas Madrid).

Los jóvenes de nuestra sociedad contemporánea sueñan con lanzarse a la aventura, con realizar actividades extremas y excitantes. A toda costa anhelan alcanzar la felicidad y creen tener todos los medios para hacerlo: cuentan con medios que los mantienen comunicados con todo el mundo, posibilidades de viajar de un continente a otro en cortos periodos de tiempo, facilidades para hacer préstamos económicos y conseguir el dinero necesario para pagar sus gatos, etc. Pero ¿son verdaderamente felices? La pregunta por cómo alcanzar la felicidad es la que está detrás de las ochenta cartas que Teófanes el Recluso escribe a una joven moscovita hace dos siglos, pero que tienen una gran frescura y actualidad para los hombres y mujeres de hoy, que parecen estar invadidos por la tristeza y la melancolía. En estas cartas el místico ruso le dice a la joven destinataria cuál es la razón de la infelicidad de la sociedad, y le muestra los caminos que debe recorrer para alcanzar la felicidad verdadera.

En el primer libro de las Confesiones san Agustín exclama: “¡Nos has hecho para ti Señor y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti!”. Pues bien, no descansar en Dios es la causa de la tristeza e infelicidad de muchos. El hombre, en la antropología de Teófanes el Recluso y de los Padres Orientales, es cuerpo, alma y espíritu. Este último «es aquella fuerza que Dios insufló en la faz del hombre cuando completó la creación», y «en cuanto fuerza procedente de Dios, el espíritu conoce a Dios, busca a Dios, y encuentra descanso solo en Dios» (p. 46). Pero a causa de la caída de los primeros padres, su naturaleza humana fue golpeada, lo que permitió que el alma y el cuerpo lo gobiernen, no el espíritu. Es por ello que la vida de los selfies, de los viajes de placer, de las tarjetas de crédito «no alimenta la totalidad del ser natural del hombre ni satisface el conjunto de sus necesidades. La parte insatisfecha, al seguir hambrienta, reclama el alimento que colme su hambre y su sed, y empuja al ser humano tras él» (p. 27).

En el alma del ser humano, que clama «¡mi alma tiene sed del Dios vivo!» (Sal 42, 3), se encuentran pensamientos, sentimientos y deseos. El modo de proceder de estos es el siguiente: el pensamiento engendra el sentimiento, y el pensamiento con el sentimiento engendran el deseo. Este último puede ser un deseo apasionado que se orienta a satisfacer las necesidades corporales, y en el peor de los casos engendra los vicios de la gula o el de la lujuria. Por ello, para saber a dónde nos llevan los pensamientos, Teófanes invita a preguntarles: ¿quién eres, de dónde vienes y qué quieres? Este modo de tratar el devenir de los pensamientos, de los sentimientos y de los deseos también lo encontramos en Evagrio Póntico y Juan Casiano, pero Teófanes lo comunica de una manera muy sencilla y profunda en tres cartas.

La vida espiritual a la que el santo ruso nos va introduciendo, supone un estado de vigilia, pues en la vida cotidiana nuestro adversario «ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1 Pe 5, 8). Para evitar caer en sus garras, Teófanes advierte de las trampas del enemigo y da a conocer el modo de proceder de Dios: 

«El mal espíritu suele ser tan perverso y tan hábil para ocultarse tras la máscara de la bondad y la oportunidad, que hay que poseer una visión espiritual muy aguda para reparar en ello. En cambio, el buen espíritu es claro, porque es uno y único, es decir, vive para Dios, apartándose de todo» (pp. 150-151).

En el camino hacia el encuentro con Dios, que da la verdadera felicidad, el hombre se encuentra con diferentes obstáculos, pero cuenta con la gracia divina y con

«la buena noticia del Evangelio y nos saca de la desgracia. Sin el Evangelio, ese despertar de nuestro espíritu resultaría nefasto, pues nos abocaría sin remedio a la desesperación. Pero la bondad de Dios ha dispuesto que el verdadero despertar del espíritu se realice y vaya acompañado por el Evangelio» (p. 98). 

Vemos pues que el Espíritu de Dios se comunica con el espíritu humano para restablecerlo. Este Espíritu es «quien prepara en nosotros una morada y, junto con Dios Padre y Dios Hijo, viene a habitar en nosotros» (p. 97). Pero el Espíritu divino no salva al hombre sin contar con él, sino que le exige una participación activa que supone esfuerzo y sacrificio. Para alcanzar la salvación «no basta con un propósito firme y con la ayuda segura de la gracia, sino que hay que esforzarse y luchar, sobre todo contra uno mismo» (p. 180). Una de las primera luchas es la constancia en la oración, luego vienen la observación de los mandamientos y el cultivo de las virtudes, cosas que ayudan a que el hombre oriente sus pensamientos, sus sentimientos y sus deseos solo a Dios. Finalmente, tenemos la participación asidua de los sacramentos y el acompañamiento espiritual. Lo que propone Teófanes el Recluso en sus cartas no es un modo de vida monacal para alcanzar la santidad, que es la verdadera felicidad a la que aspira todo cristiano. Lo que Teófanes hace es una invitación a la santidad en el lugar en el que estemos:

«Los asuntos de la vida cotidiana y de la vida social, de los que depende el mantenimiento de las familias y de la sociedad, son cosas dispuestas por Dios, y su cumplimiento no significa alejarse del ámbito de lo que a Dios agrada, sino que es parte de nuestro camino en los asuntos divinos» (p. 201).

Quien desee recorrer el camino fascinante hacia el encuentro con Dios, podrá hacerlo de la mano de este místico ruso, que, como un verdadero maestro, sabe comunicar a los hombres y a las mujeres de este tiempo qué es la vida espiritual y cómo perseverar en ella.

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