lunes, 29 de enero de 2018

Hans Küng: Siete papas. Por Javier Gómez Díez

Küng, Hans: Siete papas. Experiencia personal y balance de la época. Trotta, Madrid, 2017. 304 páginas. Traducción de Daniel Romero y José Manuel Lozano-Gotor Perona. Comentario realizado por Javier Gómez Díez.

No pretende este libro, dice su introducción, construir un análisis global y críticamente elaborado. Solo expone las experiencias de un testigo comprometido que se esfuerza por ser justo y, al tiempo, crítico con los papas que ha conocido; un teólogo que, pese a tantas dificultades, se mantiene fiel a su Iglesia. 

¿Qué proporciona realmente? Escrito originalmente en 2015, poco sobre el papa Francisco. Las páginas sobre Pío XII son distantes, breves y, en cierto modo, ajenas al resto de la obra. Küng coincidió con el Papa fugazmente y, más que de un hombre al que no conoció, habla de una época tensa, vísperas de la renovación conciliar, y de la distancia entre el joven seminarista que fue y el teólogo formado que terminará siendo.
Juan XXIII altera el estilo de la Iglesia, y el del libro. Si en la Iglesia primará el testimonio sobre el magisterio; en el libro, los recuerdos, las esperanzas y las frustraciones. El Papa no quiso dominar ni gobernar, y la Curia siguió controlando prácticamente todo.
Más culpa atribuye Küng a Pablo VI. Conociendo la curia y contando con el respaldo conciliar, habría podido reformarla. Su miedo y pusilanimidad se lo impidieron, como le llevarían a frustrar, en buena medida, el espíritu reformista del Concilio. A estas alturas han aparecido todas las preocupaciones de Küng: la curia, el ecumenismo, la autoridad papal, el valor de la tradición, el fortalecimiento del episcopado.
Después vendrá el breve capítulo sobre Luciani y el duro ataque contra Juan Pablo II, al que distancia de Benedicto XVI. Pocas páginas son más gratas que las dedicadas a su encuentro con este. Le describe “encantador, atento, rápido en captar las ideas ajenas y en formular las propias”. No faltando las críticas, y muy duras, se trata, quizás, del mejor capítulo del libro. 

En la obra hay intuiciones sugerentes y preguntas capitales. Se pregunta por la crisis de la teología; por la renuncia de Benedicto XVI; por la naturaleza del papado; por la responsabilidad de la política romana en el declive de la Iglesia y la descristianización; por la pérdida del entusiasmo conciliar. Son interesantes sus observaciones sobre la función del teólogo, aunque parece tratarse de un teólogo en concreto, él, que, no cediendo a la tentación episcopal, termina convertido en garante de la pureza conciliar. Contrasta con Ratzinger, que, inserto en la jerarquía, sacrificó estudio y vocación. “Quedo yo —escribe, sobre la retirada de su licencia docente— como casi la única voz teológicamente competente e internacionalmente influyente, lo que, como ya hemos visto, el papa en persona considera una amenaza”. 

Colocado en el centro de la historia, como crítico universal, e ignorando tanto la crisis que atravesó la Iglesia a mediados de siglo como la riqueza de su heterogeneidad (despacha con análisis gruesos, sin matices, cuando no con injusticia, tanto a los jesuitas, como al Opus o a los movimenti), las respuestas que proporciona a tantas preguntas resultan frustrantes e insatisfactorias. En definitiva, estamos ante un Küng en estado puro, pero lejos de la profundidad del autor de ¿Infalible?, ¿Existe Dios? o El judaísmo.

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